miércoles, 24 de junio de 2009

De Agostini y la patagonia

DE AGOSTINI ESCRITOR Y FOTÓGRAFO
Es ahora ya seguro que el sueño de San Juan Bosco, en el cual el santo vió las riquezas y las posibilidades aún no aprovechadas de las tierras magallánicas, influyó no poco en la actividad de De Agostini. Su misión en la Patagonia no consistía sólo en ser pastor de almas: a ello debía sumarse la actividad de exploración, actividad encaminada también a confirmar con datos tangibles el sueño de Don Bosco.
Evidentemente, para hacer esto se necesitaba ser un apasionado de la aventura, alpinista, fotógrafo, escritor. Sin lugar a dudas, estas características se hallaban reunidas en el padre De Agostini. Tenía por coetáneos a numerosos alpinistas-fotógrafos de aquella que se podría considerar la "escuela de Biella", que tuvo sus máximos representantes en Vittorio Sella y en los hermanos Piacenza. Y ya antes de partir para América del Sud había manifestado dotes no comunes de fotógrafo, participando en algunos concursos de temas paisajísticos en Italia, habiendo obtenido también un primer premio. Si bien muy inclinado hacia la fotografía artística, que caracterizó también parte de sus primeras realizaciones americanas (con las cuales participó en concursos fotográficos en Río de Janeiro, Santiago, Valparaíso y Concepción), el salesiano debió renunciar a esta inclinación para dedicarse a la fotografía meramente documental. No fue por cierto una elección difícil, y de cualquier modo era necesaria por cuanto la documentación de tierras y montañas desconocidas ocupaba, por su importancia, el primer puesto. El tiempo físico y meteorológico no permitían, por cierto, entregarse a elaboraciones extravagantes y laboriosas: lo más importante era reunir la mayor cantidad posible de datos, sobre todo desde el punto de vista fotográfico.
De Agostini cumplió en efecto plenamente esta tarea, considerando que sus libros y las fotografías que los ilustran son aún hoy un precioso cofre de informaciones sobre las tierras magallánicas. Junto al voluminoso trabajo fotográfico debemos recordar también dos filmaciones, Tierras Magallánicas y Tierra del Fuego, difundidas tanto en América Latina como en Europa.
Si fotografías y documentales fueron tal vez el instrumento más importante usado por el explorador nacido en Pollone, no debemos con todo olvidar la inmensa obra literaria que se agrega a ellos. Veintidós son los libros y las guías, aun turísticas ("Guía Turística de Magallanes y Canales Fueguinos" y "Guía Turística de los Lagos Argentinos y Tierra del Fuego"), escritos entre 1924 y 1960, ya sea en italiano o en castellano. Ciertamente los más conocidos son "Ande Patagoniche - viaggi di esplorazione nella Cordigliera Patagonica australe", de 1949, "Trent'anni nella Terra del Fuoco", publicado en 1955, y "Sfingi di ghiaccio" ("Esfinges de hielo"), de 1958. Además de los libros existe una increíble cantidad de artículos y ensayos aparecidos en diarios y revistas en Italia, la Argentina y Chile.
En todos estos escritos, la parte de la geografía y las ciencias naturales ocupa un lugar preponderante, hasta el punto de hacerlos parecer por momentos monótonos y tediosos. No obstante, de una más atenta lectura es a menudo posible captar la dimensión humana del autor, su sed de espacios desconocidos, su búsqueda de un mundo todavía incontaminado y primordial, donde la divinidad fuese todavía bien perceptible y mostrase sin velos sus rostros.
La obra escrita, como la fotográfica, constituye un importante testimonio tendiente por entero a mejorar y difundir el conocimiento de las regiones magallánicas, pero en ambas se encuentra algo más, que sin duda las torna más ricas y completas. Este algo es la constante voluntad de confirmar a aquel sueño de Don Bosco que vio: "...en las vísceras de las montañas, en las profundidades de las llanuras. Tenía en vista las riquezas incomparables de estas regiones, que un día serían descubiertas..."
EL PROBLEMA DE LOS INDIOS
En muchos textos de De Agostini hallamos un espacio especial dedicado a estudios etnográficos y a consideraciones sobre las condiciones de las tribus indígenas que iban gradualmente desapareciendo bajo el acoso de la civilización blanca. Evidentemente, el salesiano tomaba muy a pecho el problema; él, por lo demás, como muchos de sus hermanos de orden, se hallaba casi impotente frente a la progresiva declinación de esas gentes. En su peregrinar tuvo ocasión de familiarizarse con los representantes de todas las etnias: los onas, los yamanas y los alacalufes de la Tierra del Fuego; los tehuelches y los araucanos de la Patagonia. También en este caso De Agostini se muestra muy capacitado para describir y nos deja precisas apuntaciones sobre las características antropomórficas de las diversas tribus, sobre sus tradiciones y usos, sobre sus creencias religiosas y vínculos sociales. La obra del misionero reviste en este sentido enorme importancia, pues permite conocer una realidad hoy desaparecida.
La precaria situación de los indígenas y las continuas persecuciones de que eran objeto fueron gran motivo de congoja para el sacerdote, quien por decirlo así se hallaba entre dos estados de ánimo diversos. Por un lado, como hombre de caridad, debía mirar por las poblaciones indígenas: era preciso deber suyo protegerlas y procurar integrarlas de manera lo menos traumática posible en la nueva situación social que estaba imponiéndose.
Por otra parte, empero, De Agostini se daba perfecta cuenta de ser él mismo, junto con la civilización blanca, un perturbador de los equilibrios seculares derivados de un milagroso acuerdo entre hombre y naturaleza. No obstante, no podía tampoco olvidar a sus fieles, los colonos, los mineros y todos los que habían llegado a aquellas tierras en busca de fortuna.
No obstante ello, muy a menudo De Agostini denunció abiertamente los delitos que los estancieros cometían contra los indios y llegó hasta a acusar en un libro suyo a Manuel Senoret, gobernador de Punta Arenas, Este había deportado tribus enteras, empujándolas hacia Punta Arenas con el pretexto de "sustraerlas de la miseria y asegurarles el alimento y el vestido de que carecían. La responsabilidad de estas guerras de exterminio contra los onas recae en gran parte sobre el gobernador Senoret... Para proteger los intereses de algunos... y también para oponerse a los misioneros salesianos que él habría querido expulsar de la isla de Dawson, de la cual codicia los bosques y los pastos, favoreció la más indigna de las persecuciones. Expuestos casi desnudos por las calles de la ciudad, los indios fueron distribuidos entre cuantos los requerían (remate de indios) sin tener en cuenta los antecedentes de tales solicitantes...".
Este no es sino el episodio más significativo de la lucha de De Agostini en favor de los indios, lucha verdaderamente difícil y perdida de antemano. En sus escritos todavía leemos: "Los pastores, en gran parte anglosajones, eran quienes veían en los indígenas el mayor impedimento para la propagación de sus rebaños, y de allí la caza sin piedad a que se los sometía como si fuesen animales feroces. El inglés Sam Jslop se vanagloriaba hasta de usar correas fabricadas con la piel de los indígenas, que obtenía de las espaldas de estos infelices. Otro terrible perseguidor de onas fue el escocés Mac Lennan, administrador de la estancia 'Primera Argentina'... Para gloriarse de sus nefandos exterminios, equiparaba el número de sus víctimas con el de los whiskies que había bebido, y que no debían de ser pocos porque se hallaba en perenne estado de embriaguez. Dado que los indígenas, para así mitigar el hambre, se cebaban sin repugnancia en los animales que encontraban muertos por el campo, los pastores envenenaban grandes trozos de carne con estricnina para triunfar más fácilmente en su inicua campaña".
Concluyamos este capítulo también con algunas consideraciones de De Agostini a propósito del problema indígena. "También aquí, como en el Lejano Oeste, como en la Pampa y en el Chaco, la suerte de los indígenas estaba inexorablemente marcada; también aquí, la idéntica historia de todas las colonizaciones... En este triste y rápido declinar de la raza fueguina les correspondió a los misioneros salesianos la noble aunque ingrata tarea de defender al indígena contra el blanco, al débil contra el pionero audaz e inteligente, ávido de lucro, al cual sonreía una fácil e inmensa fortuna en la conquista de esas tierras, hasta entonces dominio absoluto de los onas... Ya no escucharán más las selvas vírgenes, en la quietud profunda de una noche lunar, las antiguas leyendas del héroe Kuanip, hijo de la montaña roja, y de su infortunada esposa, la graciosa Oklta, transformada en murciélago. El koliot (forastero), venido de regiones lejanas, sediento de riquezas y dueño de armas mortíferas, ha cumplido con rapidez su obra nefasta, destruyendo para siempre la felicidad secular de esta raza primitiva, que desde hacía siglos vivía solitaria e innocua en la más singular región de la tierra".
No obstante su avanzada edad, De Agostini continuó trabajando activamente, reordenando sus estudios y pensando siempre en las tierras patagónicas. Le había quedado el deseo insatisfecho de conquistar la cima del Sarmiento, pero también esto debía ser alcanzado por su tesonera voluntad: fue De Agostini, ya viejo, quien guió la expedición italiana que en 1956-57 conquistó la cima con Clemente Maffei y Carlo Maun, grupo que después escaló el Monte Italia. Vuelto a Italia, donde a menudo solía pasar los meses que en la Patagonia eran menos buenos, el padre De Agostini murió el 25 de diciembre 1960 en la Casa Matriz de los Salesianos de Turín.

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